viernes, 11 de diciembre de 2009
MAS FOTOS DE LA FERIA DEL LIBRO EN VILLA SARMIENTO
Aquí van algunas imágenes del espectáculo de Tango en Villa Sarmiento:
Cantan Cristina Orozco, y Ernesto Ariel. Teatro leído a cargo de Silvia Fernández. Bailan Sara Melul y Ángel Mario Herreros.
FERIA DEL LIBRO EN VILLA SARMIENTO
El 14 de noviembre de 2009 tuvo lugar la Feria del Libro de Autores Invitados de Villa Sarmiento (Partido de Morón)a cuya mesa literaria fueron invitados destacados escritores del medio: Alberto Ramponelli, Walter Ianelli, María Amelia Díaz, Pablo Marrero,Gloria Arcuschin y Mario Herreros.
Cada uno de los autores habló sobre su última obra, luego fue presentada la producción 2009 del Taller Literario Municipal "Raúl González Tuñón" y el broche de oro fue un espectáculo a todo Tango, a cargo de la cantante Cristina Orozco, el cantor Ernesto Ariel, la actriz Silvia Fernández (leyó un cuento de Mario Herreros: "De furca", perteneciente a su primer libro de cuentos "Al Petiso le gustaba Tanturi", la escritora Sara Melul como co-conductora, Mario Herreros como conductor... En el cierre Sara Melul (eximia bailarina) y Mario Herreros bailaron un tango y un vals...
El salón colmado, el público agradecido... y los tangueros a cargo del espectáculo, emocionados y satisfechos...
martes, 13 de octubre de 2009
RUBRO 59 (cuento)
por Ángel Mario Herreros
Anoche me tropecé con Carlos, fue en la milonga de La Leonesa. Resultó un encuentro imprevisto, por dos razones: en primer lugar, yo ignoraba que el quía bailaba tango; en segundo lugar, no esperaba verlo hasta esta tarde, en el departamento privado donde, quincenalmente y desde hace casi un año, le brindo mis servicios sexuales.
En realidad no me considero una trabajadora del sexo, sino más bien una aficionada, y si en el trayecto obtengo un ingreso adicional ¿qué hay de malo en ello? “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra” ¿No es así? No trato de justificarme, hace rato que renuncié a hacerlo. Yo sólo le pongo precio al vicio ajeno, o a su falta de amor, no lo sé, y tampoco estoy muy segura de que me interese saberlo.
Me gusta identificarme con el personaje de Catherine Deneuve en “Belle de Jour”, el ama de casa pequeño burguesa, aburrida, que por las tardes ejerce la prostitución. Ambas somos inteligentes, lindas e insospechables. Claro que yo no soy de clase pudiente, pero mis ingresos como traductora me alcanzan para un más que decoroso tren de vida. ¿Porqué, entonces, hago lo que hago? Estoy segura de que es por placer... y por poder, en ese orden. Por placer porque me gusta el sexo y me gustan los tipos. Por poder, porque el hecho de que tengan que pagar para estar conmigo, me hace sentir poderosa. ¿Si me resulta humillante lo que hago? Si para ellos no es humillante sacar turno y pelar la billetera...
Dirán que soy promiscua. ¡Hipócritas! Solamente he tenido el coraje para llevar a la práctica la fantasía de muchas. Por otra parte, mi actividad cortesana es part-time, apenas dos tardes por semana, en el bulo que una amiga tiene en el microcentro. Nos alternamos: lunes, miércoles y viernes ella; martes y jueves yo, salvo cuando nos sale algún “evento especial”, en el que se requiere nuestra presencia en forma conjunta.
Volviendo al punto: apenas ocupo mi ubicación habitual, próxima a la pista, luego de cumplir el ritual de ir al toilette para producirme y calzar mis zapatos de baile, levanto la vista y ¡allí estaba! Sentadito a una mesa en la segunda línea del sector de los varones, envarado, evidentemente incómodo y con cara de susto, ¡cómo se le notaba que es nuevo en estas lides!
Durante las dos primeras tandas no me vió, o al menos no dio indicios de hacerlo, pero llegado el momento, nuestras miradas se cruzaron. ¡No quieran saber su expresión de sorpresa! ¡Casi se cae de la silla! Claro que, hombre al fin, se hizo cargo de la situación y, teniendo en cuenta que ni las más desahuciadas le salían, seguramente porque se había hecho evidente la precariedad de su baile, comenzó a cabecear y hacer las más variadas e inteligibles señas y morisquetas invitándome a bailar. ¿Yo? Lo usual en estos casos: absoluta indiferencia; mirar sin ver; fingir que una busca, en la cartera, algo que en ese preciso instante se le ha vuelto imprescindible; saludar con la mano a una amiga inexistente; revolver la cucharita en el pocillo de café, prestando a la operación la misma atención que merece una cirugía a pecho abierto; comportarme, en fin, como una verdadera autista, hasta superar la coyuntura.
¿Cómo terminó el asunto? A la media hora se las tomó del bailongo, con evidente gesto de fastidio. ¡Pobrecito! ¿Cómo decía el tango? “No saqués paquetes, que dan pisotones ¡que sufran y aprendan, a fuerza e planchar!”
Bueno, lo mismo ¡pero al revés! Quizás, si tiene la voluntad suficiente como para tomar clases y practicar asiduamente durante años, si acredita el suficiente margen de tolerancia a la frustración, para aceptar rechazo tras rechazo hasta lograr un nivel de baile aceptable, si aprende y respeta los códigos de la milonga, Carlos podrá bailar conmigo, antes no.
Ahora lo estoy esperando en el departamento, con el conjuntito que a él le gusta y unas medias de red como las que usé anoche. Seguramente, durante los primeros cinco minutos se hará el ofendido y me preguntará el porqué de mi actitud. Yo le responderé, con la mejor de mis sonrisas, que aquí es él quien elige cómo, cuándo y con quién. Pero en la milonga hago uso de mi más absoluto libre albedrío. En la milonga ¡Elijo yo!
Notas:
(1)Publicado en la Antología “Ronda de Cuentos” Editorial Dunken. Buenos Aires. Julio 2008.
(2)Publicado en el libro “La noche que secuestramos al Cachafaz y otros cuentos de tango” De Furca. Editora. Buenos Aires. Agosto 2009.
(3)Rubro 59: En los suplementos de avisos clasificados porteños, sector donde se ofrecen servicios sexuales.
Anoche me tropecé con Carlos, fue en la milonga de La Leonesa. Resultó un encuentro imprevisto, por dos razones: en primer lugar, yo ignoraba que el quía bailaba tango; en segundo lugar, no esperaba verlo hasta esta tarde, en el departamento privado donde, quincenalmente y desde hace casi un año, le brindo mis servicios sexuales.
En realidad no me considero una trabajadora del sexo, sino más bien una aficionada, y si en el trayecto obtengo un ingreso adicional ¿qué hay de malo en ello? “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra” ¿No es así? No trato de justificarme, hace rato que renuncié a hacerlo. Yo sólo le pongo precio al vicio ajeno, o a su falta de amor, no lo sé, y tampoco estoy muy segura de que me interese saberlo.
Me gusta identificarme con el personaje de Catherine Deneuve en “Belle de Jour”, el ama de casa pequeño burguesa, aburrida, que por las tardes ejerce la prostitución. Ambas somos inteligentes, lindas e insospechables. Claro que yo no soy de clase pudiente, pero mis ingresos como traductora me alcanzan para un más que decoroso tren de vida. ¿Porqué, entonces, hago lo que hago? Estoy segura de que es por placer... y por poder, en ese orden. Por placer porque me gusta el sexo y me gustan los tipos. Por poder, porque el hecho de que tengan que pagar para estar conmigo, me hace sentir poderosa. ¿Si me resulta humillante lo que hago? Si para ellos no es humillante sacar turno y pelar la billetera...
Dirán que soy promiscua. ¡Hipócritas! Solamente he tenido el coraje para llevar a la práctica la fantasía de muchas. Por otra parte, mi actividad cortesana es part-time, apenas dos tardes por semana, en el bulo que una amiga tiene en el microcentro. Nos alternamos: lunes, miércoles y viernes ella; martes y jueves yo, salvo cuando nos sale algún “evento especial”, en el que se requiere nuestra presencia en forma conjunta.
Volviendo al punto: apenas ocupo mi ubicación habitual, próxima a la pista, luego de cumplir el ritual de ir al toilette para producirme y calzar mis zapatos de baile, levanto la vista y ¡allí estaba! Sentadito a una mesa en la segunda línea del sector de los varones, envarado, evidentemente incómodo y con cara de susto, ¡cómo se le notaba que es nuevo en estas lides!
Durante las dos primeras tandas no me vió, o al menos no dio indicios de hacerlo, pero llegado el momento, nuestras miradas se cruzaron. ¡No quieran saber su expresión de sorpresa! ¡Casi se cae de la silla! Claro que, hombre al fin, se hizo cargo de la situación y, teniendo en cuenta que ni las más desahuciadas le salían, seguramente porque se había hecho evidente la precariedad de su baile, comenzó a cabecear y hacer las más variadas e inteligibles señas y morisquetas invitándome a bailar. ¿Yo? Lo usual en estos casos: absoluta indiferencia; mirar sin ver; fingir que una busca, en la cartera, algo que en ese preciso instante se le ha vuelto imprescindible; saludar con la mano a una amiga inexistente; revolver la cucharita en el pocillo de café, prestando a la operación la misma atención que merece una cirugía a pecho abierto; comportarme, en fin, como una verdadera autista, hasta superar la coyuntura.
¿Cómo terminó el asunto? A la media hora se las tomó del bailongo, con evidente gesto de fastidio. ¡Pobrecito! ¿Cómo decía el tango? “No saqués paquetes, que dan pisotones ¡que sufran y aprendan, a fuerza e planchar!”
Bueno, lo mismo ¡pero al revés! Quizás, si tiene la voluntad suficiente como para tomar clases y practicar asiduamente durante años, si acredita el suficiente margen de tolerancia a la frustración, para aceptar rechazo tras rechazo hasta lograr un nivel de baile aceptable, si aprende y respeta los códigos de la milonga, Carlos podrá bailar conmigo, antes no.
Ahora lo estoy esperando en el departamento, con el conjuntito que a él le gusta y unas medias de red como las que usé anoche. Seguramente, durante los primeros cinco minutos se hará el ofendido y me preguntará el porqué de mi actitud. Yo le responderé, con la mejor de mis sonrisas, que aquí es él quien elige cómo, cuándo y con quién. Pero en la milonga hago uso de mi más absoluto libre albedrío. En la milonga ¡Elijo yo!
Notas:
(1)Publicado en la Antología “Ronda de Cuentos” Editorial Dunken. Buenos Aires. Julio 2008.
(2)Publicado en el libro “La noche que secuestramos al Cachafaz y otros cuentos de tango” De Furca. Editora. Buenos Aires. Agosto 2009.
(3)Rubro 59: En los suplementos de avisos clasificados porteños, sector donde se ofrecen servicios sexuales.
sábado, 4 de julio de 2009
MAS IMAGENES DEL SEMINARIO DE TANGO EN MORON
La actriz y bailarina Susy Tilbe y el actor Walter Sánchez en un pasaje de teatro leído: Una Percanta llamada Eva, de Angel Mario Herreros basado en El Diario de Adan y Eva de Mark Twain.
El excelente cantante Horacio Berdini durante el acto de clausura del seminario.
La pareja de bailarines compuesta por Susy Tilbe y Carlos Rodríguez
SEMINARIO DE TANGO EN MORON - MAYO/JUNIO 2009
Durante los meses de mayo y junio de 2009, cada sábado en el horario de 19 a 21, tuvo lugar un Seminario de Tango, organizado por la Municipalidad de Morón en el Espacio Cultural "La Antigua Imprenta" ubicado en Estrada 17 Haaedo Centro.
El Seminario fue dictado por Angel Mario Herreros, con la desinteresada colaboración de los escritores Sara Melul, Carlos Medrano y Roberto Selles; los bailarines Osvaldo y Coca Cartery, Joao Carlos y Ana María, José De Piano y Clara "Pochi" Naistat, Carlos Rodríguez y Susy Tilbe; el trío Cuerdas Hispanas y el actor Walter Sánchez.
Asistieron al seminario casi 70 personas, aunque fueron 30 las que acumularon la cantidad de asistencias como para recibir el correspondiente "Certificado de Asistencia".
El éxito de esta propuesta educativa llevó a las autoridades municipales a ofrecer a realización de un Taller de Tango permanente, a realizarse en lugar y horario a determinar a partir del mes de agosto de 2009.
Los escritores Sara Melul, Walter Ianelli -en representación de la Municipalidad de Morón- Roberto Selles, durante la ceremonia de clausura del Seminario.
Angel Mario Herreros, cantando, acompañado por su guitarra, ilustra la historia de la Milonga
La escritora Sara Melul, autora del libro "El chamuyo en la s milongas" expone acerca de ese tema.
El cantor Ernesto Ariel deleita a la concurrencia durante la ceremonia de clausura del seminario.
LA ULTIMA TANDA (cuento)
por Angel Mario Herreros
Subió lentamente los treinta y tres escalones de gastado mármol, contándolos mentalmente, como cada vez que llegaba a la tradicional matineé... “Manías de vieja”, pensó divertida, aunque la imagen que le devolvió el espejo del hall de entrada, ante el cual se detuvo brevemente para poner en su lugar un mechón rebelde, era la de una cincuentona todavía en forma, con un rostro agradable (no lindo) y expresión inteligente. El resultado de la inspección ocular fue un “aprobado”... No más...
Su mesa habitual estaba ocupada, y tan sólo pudo conseguir ubicación en un rincón sombrío, alejado de la pista. La camarera le ofreció compartir mesa en un sector justo enfrente del reservado a los hombres, pero ella siempre eligió sentarse sola, y esta vez no iba a romper su inveterada costumbre: siempre llegaba sola, siempre se sentaba sola, y se iba de la misma manera.
Le había costado llegar. Un conflicto con los trabajadores del subte “B” la había hecho caminar unas buenas quince cuadras desde el estudio contable en que trabajaba hasta la vieja confitería del Microcentro. La jornada de trabajo había sido complicada –los contadores son seres obtusos, que no entienden de imposibilidades- y por un momento especuló con ir directamente a casa, al encontrar el acceso a la estación cerrado por ominosas rejas negras.
Pero ella era un ser apegado a las rutinas, que a través de los años había diseñado para que su vida fuera lo previsible y cómoda que era actualmente. “No news, good news”, decía el viejo adagio inglés que aprendió de niña en los cursos de la Cultural; y ella lo adoptó como principio rector. No era afecta a las sorpresas. Si hasta tenía preparada la comida de la noche, lista para calentar en el microondas, sabedora de que saldría sola de la milonga, a la hora de siempre.
Ninguno de sus habituales compañeros de baile estaba presente. “Lo sabía, no debí haber venido, la tarde viene de culata”, pensó contrariada, mientras se calzaba sus zapatos de baile.
Sin embargo, algo le llamó la atención: en línea directa de su visual, un caballero de aproximadamente su edad, vestido de riguroso e impecable negro, traje bien cortado y lustrosos zapatos de alto taco francés, la miraba con interés, con lo que bien podría calificarse como un gesto de reconocimiento. Como si la estuviera esperando.
“Ideas mías, cuanto más vieja más loca” –razonó- mirá si semejante churro se va a fijar en mí, apenas llegada, con todas esas turistas jóvenes y con apariencia de prosperidad.
”Pero, como dijera el General: “La única verdad es la realidad” ¡El tipo seguía fichándola! Y así continuaron toda la tardenoche, jugando al gato y el ratón, junándose, él en forma directa, ella de reojo... Ella con una excitación creciente, mezcla de curiosidad e incomodo. El, vaya uno a saber qué pensaba.
Ella consideró seriamente responder al insistente cabeceo del Fulano, pero acostumbraba, antes salirle a un desconocido, verlo bailar previamente... Sin embargo el tipo ni se movió de su asiento, inmóvil frente a un pocillo de café frío, que no llegó a tocar.
Media hora antes de finalizar la reunión, una tanda de Pugliese precipitó la decisión demorada, la única posible, según averiguaría en minutos. Y con un leve gesto de asentimiento y una semisonrisa se dirigió al centro de la pista. El hizo lo mismo, y ella pudo admirar su porte elegante y su paso elástico.
Arrancaron con Gallo Ciego, y en su abrazo íntimo y cerrado, pero no opresivo, ella descubrió que el miedo había quedado atrás, y que por primera vez, en ese preciso lugar, en ese preciso momento, había llegado a alguna parte.
Y se abandonó a esa marca firme sin ser imperativa, a la que era imposible resistirse... Tan sólo devenir... Como bailar sola, aunque obediente al destino inexorable que le marcaba caminata tras caminata, paradas, boleos, y una filigrana de adornos que desconocía, pero que dibujó puntualmente, en lo que supo, sin sombra de duda, que sería el mejor tango de su vida.
El sólo del violín, una larga pausa, y el contracanto de los fuelles desembocó en un espiral ascendente por el que su espíritu se deslizó con una facilidad extraña para ella: ¡Así que así eran las cosas! Alcanzó a pensar. Y con el sólo final del ese bandoneón casi afónico y definitivamente entrañable, descubrió su rostro bañado en lágrimas...
Con el molinete final llegó la disolución...
Al día siguiente los periódicos matutinos darían cuenta, en pequeños sueltos, la curiosa historia de la madura mujer que salió a bailar sola en medio de la gente, en cierta matineé organizada por una tradicional confitería de la calle Suipacha, y al finalizar una única pieza, mezcla de rito pagano y tango rante, cayó muerta sobre el centenario piso de mosaicos, el rostro todavía húmedo, y una expresión que, según algún turista parisino, traía reminiscencias de La Gioconda.
Dicen que fue el corazón.Dicen que era un Pugliese.Dicen que dicen...
Incluido en el libro "Al Petiso le gustaba Tanturi"
Subió lentamente los treinta y tres escalones de gastado mármol, contándolos mentalmente, como cada vez que llegaba a la tradicional matineé... “Manías de vieja”, pensó divertida, aunque la imagen que le devolvió el espejo del hall de entrada, ante el cual se detuvo brevemente para poner en su lugar un mechón rebelde, era la de una cincuentona todavía en forma, con un rostro agradable (no lindo) y expresión inteligente. El resultado de la inspección ocular fue un “aprobado”... No más...
Su mesa habitual estaba ocupada, y tan sólo pudo conseguir ubicación en un rincón sombrío, alejado de la pista. La camarera le ofreció compartir mesa en un sector justo enfrente del reservado a los hombres, pero ella siempre eligió sentarse sola, y esta vez no iba a romper su inveterada costumbre: siempre llegaba sola, siempre se sentaba sola, y se iba de la misma manera.
Le había costado llegar. Un conflicto con los trabajadores del subte “B” la había hecho caminar unas buenas quince cuadras desde el estudio contable en que trabajaba hasta la vieja confitería del Microcentro. La jornada de trabajo había sido complicada –los contadores son seres obtusos, que no entienden de imposibilidades- y por un momento especuló con ir directamente a casa, al encontrar el acceso a la estación cerrado por ominosas rejas negras.
Pero ella era un ser apegado a las rutinas, que a través de los años había diseñado para que su vida fuera lo previsible y cómoda que era actualmente. “No news, good news”, decía el viejo adagio inglés que aprendió de niña en los cursos de la Cultural; y ella lo adoptó como principio rector. No era afecta a las sorpresas. Si hasta tenía preparada la comida de la noche, lista para calentar en el microondas, sabedora de que saldría sola de la milonga, a la hora de siempre.
Ninguno de sus habituales compañeros de baile estaba presente. “Lo sabía, no debí haber venido, la tarde viene de culata”, pensó contrariada, mientras se calzaba sus zapatos de baile.
Sin embargo, algo le llamó la atención: en línea directa de su visual, un caballero de aproximadamente su edad, vestido de riguroso e impecable negro, traje bien cortado y lustrosos zapatos de alto taco francés, la miraba con interés, con lo que bien podría calificarse como un gesto de reconocimiento. Como si la estuviera esperando.
“Ideas mías, cuanto más vieja más loca” –razonó- mirá si semejante churro se va a fijar en mí, apenas llegada, con todas esas turistas jóvenes y con apariencia de prosperidad.
”Pero, como dijera el General: “La única verdad es la realidad” ¡El tipo seguía fichándola! Y así continuaron toda la tardenoche, jugando al gato y el ratón, junándose, él en forma directa, ella de reojo... Ella con una excitación creciente, mezcla de curiosidad e incomodo. El, vaya uno a saber qué pensaba.
Ella consideró seriamente responder al insistente cabeceo del Fulano, pero acostumbraba, antes salirle a un desconocido, verlo bailar previamente... Sin embargo el tipo ni se movió de su asiento, inmóvil frente a un pocillo de café frío, que no llegó a tocar.
Media hora antes de finalizar la reunión, una tanda de Pugliese precipitó la decisión demorada, la única posible, según averiguaría en minutos. Y con un leve gesto de asentimiento y una semisonrisa se dirigió al centro de la pista. El hizo lo mismo, y ella pudo admirar su porte elegante y su paso elástico.
Arrancaron con Gallo Ciego, y en su abrazo íntimo y cerrado, pero no opresivo, ella descubrió que el miedo había quedado atrás, y que por primera vez, en ese preciso lugar, en ese preciso momento, había llegado a alguna parte.
Y se abandonó a esa marca firme sin ser imperativa, a la que era imposible resistirse... Tan sólo devenir... Como bailar sola, aunque obediente al destino inexorable que le marcaba caminata tras caminata, paradas, boleos, y una filigrana de adornos que desconocía, pero que dibujó puntualmente, en lo que supo, sin sombra de duda, que sería el mejor tango de su vida.
El sólo del violín, una larga pausa, y el contracanto de los fuelles desembocó en un espiral ascendente por el que su espíritu se deslizó con una facilidad extraña para ella: ¡Así que así eran las cosas! Alcanzó a pensar. Y con el sólo final del ese bandoneón casi afónico y definitivamente entrañable, descubrió su rostro bañado en lágrimas...
Con el molinete final llegó la disolución...
Al día siguiente los periódicos matutinos darían cuenta, en pequeños sueltos, la curiosa historia de la madura mujer que salió a bailar sola en medio de la gente, en cierta matineé organizada por una tradicional confitería de la calle Suipacha, y al finalizar una única pieza, mezcla de rito pagano y tango rante, cayó muerta sobre el centenario piso de mosaicos, el rostro todavía húmedo, y una expresión que, según algún turista parisino, traía reminiscencias de La Gioconda.
Dicen que fue el corazón.Dicen que era un Pugliese.Dicen que dicen...
Incluido en el libro "Al Petiso le gustaba Tanturi"
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