martes, 13 de octubre de 2009

RUBRO 59 (cuento)

por Ángel Mario Herreros

Anoche me tropecé con Carlos, fue en la milonga de La Leonesa. Resultó un encuentro imprevisto, por dos razones: en primer lugar, yo ignoraba que el quía bailaba tango; en segundo lugar, no esperaba verlo hasta esta tarde, en el departamento privado donde, quincenalmente y desde hace casi un año, le brindo mis servicios sexuales.

En realidad no me considero una trabajadora del sexo, sino más bien una aficionada, y si en el trayecto obtengo un ingreso adicional ¿qué hay de malo en ello? “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra” ¿No es así? No trato de justificarme, hace rato que renuncié a hacerlo. Yo sólo le pongo precio al vicio ajeno, o a su falta de amor, no lo sé, y tampoco estoy muy segura de que me interese saberlo.

Me gusta identificarme con el personaje de Catherine Deneuve en “Belle de Jour”, el ama de casa pequeño burguesa, aburrida, que por las tardes ejerce la prostitución. Ambas somos inteligentes, lindas e insospechables. Claro que yo no soy de clase pudiente, pero mis ingresos como traductora me alcanzan para un más que decoroso tren de vida. ¿Porqué, entonces, hago lo que hago? Estoy segura de que es por placer... y por poder, en ese orden. Por placer porque me gusta el sexo y me gustan los tipos. Por poder, porque el hecho de que tengan que pagar para estar conmigo, me hace sentir poderosa. ¿Si me resulta humillante lo que hago? Si para ellos no es humillante sacar turno y pelar la billetera...

Dirán que soy promiscua. ¡Hipócritas! Solamente he tenido el coraje para llevar a la práctica la fantasía de muchas. Por otra parte, mi actividad cortesana es part-time, apenas dos tardes por semana, en el bulo que una amiga tiene en el microcentro. Nos alternamos: lunes, miércoles y viernes ella; martes y jueves yo, salvo cuando nos sale algún “evento especial”, en el que se requiere nuestra presencia en forma conjunta.

Volviendo al punto: apenas ocupo mi ubicación habitual, próxima a la pista, luego de cumplir el ritual de ir al toilette para producirme y calzar mis zapatos de baile, levanto la vista y ¡allí estaba! Sentadito a una mesa en la segunda línea del sector de los varones, envarado, evidentemente incómodo y con cara de susto, ¡cómo se le notaba que es nuevo en estas lides!

Durante las dos primeras tandas no me vió, o al menos no dio indicios de hacerlo, pero llegado el momento, nuestras miradas se cruzaron. ¡No quieran saber su expresión de sorpresa! ¡Casi se cae de la silla! Claro que, hombre al fin, se hizo cargo de la situación y, teniendo en cuenta que ni las más desahuciadas le salían, seguramente porque se había hecho evidente la precariedad de su baile, comenzó a cabecear y hacer las más variadas e inteligibles señas y morisquetas invitándome a bailar. ¿Yo? Lo usual en estos casos: absoluta indiferencia; mirar sin ver; fingir que una busca, en la cartera, algo que en ese preciso instante se le ha vuelto imprescindible; saludar con la mano a una amiga inexistente; revolver la cucharita en el pocillo de café, prestando a la operación la misma atención que merece una cirugía a pecho abierto; comportarme, en fin, como una verdadera autista, hasta superar la coyuntura.

¿Cómo terminó el asunto? A la media hora se las tomó del bailongo, con evidente gesto de fastidio. ¡Pobrecito! ¿Cómo decía el tango? “No saqués paquetes, que dan pisotones ¡que sufran y aprendan, a fuerza e planchar!”

Bueno, lo mismo ¡pero al revés! Quizás, si tiene la voluntad suficiente como para tomar clases y practicar asiduamente durante años, si acredita el suficiente margen de tolerancia a la frustración, para aceptar rechazo tras rechazo hasta lograr un nivel de baile aceptable, si aprende y respeta los códigos de la milonga, Carlos podrá bailar conmigo, antes no.

Ahora lo estoy esperando en el departamento, con el conjuntito que a él le gusta y unas medias de red como las que usé anoche. Seguramente, durante los primeros cinco minutos se hará el ofendido y me preguntará el porqué de mi actitud. Yo le responderé, con la mejor de mis sonrisas, que aquí es él quien elige cómo, cuándo y con quién. Pero en la milonga hago uso de mi más absoluto libre albedrío. En la milonga ¡Elijo yo!

Notas:

(1)Publicado en la Antología “Ronda de Cuentos” Editorial Dunken. Buenos Aires. Julio 2008.
(2)Publicado en el libro “La noche que secuestramos al Cachafaz y otros cuentos de tango” De Furca. Editora. Buenos Aires. Agosto 2009.
(3)Rubro 59: En los suplementos de avisos clasificados porteños, sector donde se ofrecen servicios sexuales.